Encorvado
Si sólo de mí dependiera, si no causara una repulsión general en nuestra bienamada comunidad, si no constituyera un dolor físico permanente, con pasión me entregaría al acto de encorvar mi inconsistente cuerpo hasta quedar hecho un bollo desparejo, dejando al desnudo mis protuberancias y surcos. Me cubriría de tierra, me trasladaría con andar de reptil hasta el cementerio o basural en las afueras de la ciudad, y haría de esos lugares mi hogar. Me alimentaría, cuando no de insectos, pájaros, roedores y hierba, de carroña y de basura. El último de mis días me encontraría en plenitud de gozo y de miseria, enajenado y febril, borrado por el olvido o la indiferencia, mía y de todos y de todas las cosas.
Pero el destino que me toca es otro, el de ser un ciudadano límpido, vestido como para evitar ser notado, con horarios rigurosos que cumplir en el trabajo, con dinero suficiente como para solventar la permanencia en nuestra hospitalaria comunidad. Y, lejos de quejarme de este destino insípido, lo agradezco, me abrazo a él hasta con el último hilo de fuerzas que me queda, le beso los perfumadísimos pies, me entrego al éxtasis moderado de su alegría, una alegría impasible que todo lo abarca.