Aleatoriedad
Ocurre espontáneamente, de modo tan imprevisto que es una constante. No esconde segundas intenciones, ni resiste la crítica de un ojo experto: simultáneamente alberga todas las interpretaciones, caja de Pandora de la hermenéutica moderna.
La aleatoriedad vuela libre, sin norma más que lo aleatorio. Yo la miro y se escabulle de mi racionalidad. Me salva, me perdona. Sin comprender la persigo, para darle muerte. Atenta contra mi poder, contra mi control… y por más que yo le diga “casualidad”, “azar”, “destino”, “Dios” no puedo reducir o tabular sus características a algo inteligible.
Ya no peleo por imponerle un sentido. Ya no necesito extraerle conocimiento. No me moviliza una ideología. No hay un anhelo que conduzca mis pasos, ni utopía que me empuje a seguir. Soy un ser aleatorio, sin caminos trazados, sin motivos prefabricados. La verdad es que no tengo intenciones que no me hayan sido implantadas… la realidad es aquello que pueda ser enfatizado, realzado, traducido de un caos saludable. Veo mucho más de lo que comprendo. Y existe mucho más de lo que puedo comprender.
Quien busca sentido, busca cadenas: cadenas que nos ayuden a no zozobrar…
Anclarse a lo aleatorio es ser libre. Y ser libre no es placentero, es aleatorio.
Puede ser, como puede no ser. Nunca sabremos si no inventamos: ¡Inventemos! Pero no digamos que es la verdad. Nacer es aleatorio; morir es aleatorio. La vida es aleatoria.
No es el caos sino el orden lo que nos hace estar tan vacíos. La vida nada impone, nada restringe, nada quita… es nuestra absurda idea de orden la que corrompió la libertad. La vida no es injusta, nosotros hablamos de justicia.
Vivir y dejar vivir: esa es la libertad. Pero quién no sabe vivir se pregunta: “¿Qué es la libertad?”. Las personas están atormentadas buscando una mentira a la que aferrar su aleatoriedad…
¿Y la verdad…? La verdad es que ya somos libres. Pero no nos gusta…