Desobedientes: Martin Luther King Jr. (parte 3)
Carta desde una prisión en Birmingham
A 50 años de su muerte, la radicalidad de su pensamiento no nos deja ser interlocutores tibios, y sus ideas nos motivan a seguir interpelando filosóficamente nuestras prácticas cívicas. En un contexto socio-político siempre resistente a las transformaciones del statu quo donde la laicidad del Estado sigue en pugna y donde las ideas de MLK Jr. han sido re-apropiadas caprichosamente según la conveniencia, proponemos mirarnos desde sus mismas palabras, observar el desarrollo de sus ideas y abrir desde allí un diálogo crítico que nos atraviese en nuestra coyuntura. Estos fragmentos dan comienzo a la Serie Desobedientes.
9. La Iglesia
He oído a muchos dirigentes religiosos del Sur aconsejar a sus miembros a obedecer una decisión en contra de la segregación porque así lo quería la ley. Pero hubiese querido oír a los eclesiásticos blancos declarar: “Obedezcan este decreto porque la integración es moralmente justa y porque el negro es su hermano.” En medio de las evidentes injusticias infligidas al negro, he visto a las iglesias blancas permanecer al margen mientras balbuceaban frases piadosas que no hacían al caso y trivialidades cobardes. En medio de la grandiosa contienda sostenida por librar a nuestra nación de la injusticia racial y económica, he oído a muchos ministros decir: “El evangelio no tiene nada que ver con estos problemas sociales” y he observado cómo varias iglesias se consagran a una religión que parece pertenecer a otro mundo distinto al nuestro; que discrimina entre el cuerpo y el alma, entre lo sagrado y lo secular.
He viajado extensivamente en Alabama, Mississippi y todos los demás estados del Sur. En sofocantes días de verano y en frescas mañanas otoñales, me he quedado mirando las bellas iglesias del Sur con sus elevados campanarios apuntando al cielo. He visto las impresionantes siluetas de sus enormes instituciones dedicadas a la enseñanza confesional. Siempre acababa preguntándome: “¿Qué clase de personas viene aquí? ¿Quién es su Dios? ¿Dónde estaban sus voces cuando salieron de los labios del gobernador Barnett palabras de obstaculización y de anulación? ¿Dónde estaban cuando el gobernador Wallace impulsó con su discurso el llamado al odio y a la provocación? ¿Dónde estaban sus palabras de apoyo cuando hombres y mujeres negros, magullados y cansados, decidieron abandonar las oscuras mazmorras de la complacencia y pasar a las luminosas colinas de la protesta creadora?”
Sí, sigo preguntándome todo esto. Profundamente desalentado, he llorado sobre la laxitud de la Iglesia. Pero sepan que mis lágrimas fueron lágrimas de amor. No cabe un profundo desaliento sino donde falta un amor profundo. Sí, amo a la Iglesia. ¿Cómo iba a no ser así? Me encuentro en la situación demasiado frecuente de ser hijo, nieto y bisnieto de predicadores. Sí, la Iglesia es para mí el cuerpo de Cristo. Pero ¡ay!, cómo hemos envilecido y herido este cuerpo con la negligencia social y con el temor de convertirnos en posibles miembros disconformes.
(…)
Hoy las cosas son diferentes. La Iglesia contemporánea es a menudo una voz débil y sin timbre, de sonido incierto. Es que a menudo es defensora engreída del status quo. En vez de sentirse perturbada por la presencia de la Iglesia, la estructura del poder de la comunidad promedia se beneficia de la aprobación tácita y a veces verbal de la Iglesia al dejar las cosas tales como están.
Pero el juicio de Dios rige para la Iglesia más que nunca. Si la iglesia de hoy no recobra el espíritu de sacrificio de la Iglesia primitiva, perderá su autenticidad, echará a perder la lealtad de millones de personas y acabará desacreditada como si se tratara de algún club social irrelevante, desprovisto de sentido para el siglo XX. Todos los días me encuentro con jóvenes cuya desilusión por la actitud de la Iglesia se ha convertido en auténtico asco.
Puede que también esta vez he sido demasiado optimista. ¿Acaso la religión organizada está demasiado vinculada al status quo como para salvar a nuestra nación y al mundo? Es posible que tenga que polarizar mi fe en la Iglesia espiritual interior, en la Iglesia dentro de la Iglesia, como verdadera ekklesia y esperanza del mundo. Pero agradezco nuevamente a Dios que algunas almas nobles de las filas de la religión organizada hayan roto las cadenas paralizantes del conformismo y se hayan unido a nosotros en calidad de compañeros activos en la lucha por la libertad.
10. Medios correctos para fines violnetos
Debo finalizar. Pero antes que finalice, me siento obligado a mencionar otro punto de la declaración hecha por ustedes que me ha hecho preocupar profundamente. Aplaudieron ustedes con calor a la policía de Birmingham por mantener “el orden” y “prevenir la violencia”. Dudo que aplaudiesen tan fervorosamente a la fuerza policial de haber visto a sus perros hincar sus colmillos en seis negros indefensos, no violentos. Dudo que aplaudiesen con tanto fervor a los policías de haber observado el horrible e inhumano trato que deparan a los negros aquí, en la cárcel de la ciudad; si les viesen empujar e insultar a las ancianas negras y a las muchachas negras; si les viesen abofetear y golpear a los viejos y a los muchachos negros; si observasen cómo —según hicieron en dos ocasiones— se negaban a darnos de comer porque queríamos cantar para bendecir la mesa juntos. No puedo unirme a ustedes en su alabanza a la policía de Birmingham.
Es cierto que la policía ha demostrado cierta capacidad de disciplina en su trato a los manifestantes. En este sentido, se han comportado más bien de modo “no violento” en público. Pero, ¿para qué? Para preservar el sistema malvado de la segregación. Durante los últimos años he predicado sin cesar que la no violencia requiere que los medios que usamos sean tan puros como los fines que queremos alcanzar. Así que he tratado de dejar en claro que está mal utilizar medios inmorales para lograr fines morales. Pero ahora debo afirmar que está igual de mal, y quizás sea peor, utilizar medios morales para alcanzar fines inmorales. Es posible que el señor Connor y sus policías se hayan mostrado más bien no violentos en público como hiciera el jefe de policía Pritchett en Albany (Georgia), pero han utilizado los medios morales de la no violencia para mantener la meta inmoral de la injusticia racial. Como dijo T. S. Eliot, que no hay mayor traición que hacer las buenas obras por motivos erróneos.
11. Cierre
Espero que esta carta los encuentre firmes en su fe. Espero también que las circunstancias me permitan no tardar mucho en reunirme con cada uno de ustedes no como integracionista ni como líder del movimiento de los derechos civiles, sino en calidad de eclesiástico y de hermano cristiano. Esperemos todos que las oscuras nubes del prejuicio racial se alejen pronto y que la densa niebla de la interpretación torcida se aparte de nuestras comunidades presas del miedo, y que algún día no lejano las radiantes estrellas del amor y de la fraternidad iluminen nuestra nación con toda su deslumbrante belleza.
Me despido de ustedes, quedando suyo en la causa de la paz y la fraternidad.
Martin Luther King Jr.
Desobedientes MLK fue impreso y encuadernado porEdiciones del Altillo.