Encuentros (parte 2)
2. ¿Qué es dialogar?
“Ser significa comunicarse. La muerte absoluta (el no ser) es no ser oído, no ser reconocido, no ser recordado. Ser significa ser para otro y a través del otro ser para sí mismo. El hombre no dispone de un territorio soberano interno sino que está, todo él y siempre, sobre la frontera, mirando al fondo de sí mismo el hombre encuentra los ojos del otro o ve con los ojos del otro.” ─ Mijaíl Bajtín
En la primera edición de Fenómenos he introducido la temática del diálogo como una mirada posible en los tiempos que nos convocan. En esta nueva oportunidad quisiera proponer una definición del término como praxis que tal vez avive, como dice Bajtin, la posibilidad de mirarnos y, escucharnos.
Pensar la vida y la fe desde el Diálogo es probablemente mucho más antiguo de lo que creemos. Sin embargo, no es algo que esté tan presente (ni implícita ni explícitamente) en los discursos cristianos imperantes. La palabra diálogo proviene del latín dialŏgus y esta del griego διάλογος (día: a través; logos: palabra, estudio), que significa discurso racional o logos del discurso. Platón1 es el primer filósofo que utilizó la escritura en diálogo en su construcción dialéctica para oponer dos discursos racionales y llegar así a la verdad. Desde este punto de vista filosófico, diálogo se refiere a una forma de discurso racional originado en la conversación de interlocutores, implica discusión y confrontación entre opiniones y conceptos diversos; es decir: contraste entre opuestos para buscar la verdad. Entre las condiciones rigurosas que Sócrates se encarga de acentuar se destaca la hospitalidad como condición de entrada para el ser que dialoga, entendiéndose a ésta como la capacidad de acoger al Otro en sí mismo. En este sentido, diálogo significa saber escuchar y ponerse en el lugar de Otro. Reisenzweig dice que “El hombre que quiero ser yo depende de que responde al otro”2 y para responder, es imperativo saber escuchar. Desde esta perspectiva, ¿cobra sentido la frase de Jesús “El que tiene oídos para oír, oiga”?
Amar al prójimo, escucharlo y hospedarlo aunque confronte nuestras ideas desde las antípodas es tal vez uno de los mayores desafíos de la misión cristiana, sobre todo, en tiempos de aturdimiento. Jesús dialogaba, contraponía las ideas de sus interlocutores y les permitía ver sus inquietudes desde otro lugar, generalmente desde un lugar que los dejaba perplejos. Pero a la vez, los escuchaba, les preguntaba cuál era su necesidad aún cuando fuese aparente y en ese diálogo los hospedaba porque conocía lo que había en sus corazones. El ejemplo de Jesus y su interacción con las personas nos interpela, y sus actitudes resuenan particularmente en nuestro espíritu de época. Su mirada desafía profundamente nuestro caminar y nos convoca a pensar los vínculos y nuestras acciones desde el diálogo y la escucha. Un lugar que se contrapone rotundamente con el lugar de la imposición, o la repetición de ideas vacías de un manual, o tal vez a través de maniobras mucho más sutiles como la reproducción constante de discursos ajenos, que no pregunta ni escucha las necesidades del prójimo, que no lo hospeda. En otras palabras, esas actitudes que simplemente repiten un “deber ser cristiano”.
Como nos recuerda Walter Ong en “Oralidad y escritura”, Jesús no dejó nada escrito aunque sabemos que podía leer y escribir (Lucas 4:16) y por algo tal vez la carta de los Romanos nos recuerda que la fe viene por el oír. ¿Podremos hacer de la escucha una práctica que acompañe nuestro diario caminar en la fe?, ¿Podremos aceptar el desafío de contraponer nuestras propias ideas y pensamientos? ¿Estamos dispuestos a caminar en humildad dejando que el señor abra nuestro entendimiento para poder relacionarnos con el prójimo desde ese diálogo, desde la pregunta y sobre todo desde el amor?
…benditos son los ojos de ustedes, porque ven; y sus oídos, porque oyen”.