Encuentros (parte 2)

Wednesday, November 2nd 2016  — 
 Florencia FreteLuchi Sánchezmúsicaoralidadtésis

2. ¿Qué es dialogar?

“Ser significa comunicarse. La muerte absoluta (el no ser) es no ser oído, no ser reconocido, no ser recordado. Ser significa ser para otro y a través del otro ser para sí mismo. El hombre no dispone de un territorio soberano interno sino que está, todo él y siempre, sobre la frontera, mirando al fondo de sí mismo el hombre encuentra los ojos del otro o ve con los ojos del otro.” ─ Mijaíl Bajtín

En la primera edición de Fenómenos he introducido la temática del diálogo como una mirada posible en los tiempos que nos convocan. En esta nueva oportunidad quisiera proponer una definición del término como praxis que tal vez avive, como dice Bajtin, la posibilidad de mirarnos y, escucharnos.

Pensar la vida y la fe desde el Diálogo es probablemente mucho más antiguo de lo que creemos. Sin embargo, no es algo que esté tan presente (ni implícita ni explícitamente) en los discursos cristianos imperantes. La palabra diálogo proviene del latín dialŏgus y esta del griego διάλογος (día: a través; logos: palabra, estudio), que significa discurso racional o logos del discurso. Platón1 es el primer filósofo que utilizó la escritura en diálogo en su construcción dialéctica para oponer dos discursos racionales y llegar así a la verdad. Desde este punto de vista filosófico, diálogo se refiere a una forma de discurso racional originado en la conversación de interlocutores, implica discusión y confrontación entre opiniones y conceptos diversos; es decir: contraste entre opuestos para buscar la verdad. Entre las condiciones rigurosas que Sócrates se encarga de acentuar se destaca la hospitalidad como condición de entrada para el ser que dialoga, entendiéndose a ésta como la capacidad de acoger al Otro en sí mismo. En este sentido, diálogo significa saber escuchar y ponerse en el lugar de Otro. Reisenzweig dice que “El hombre que quiero ser yo depende de que responde al otro”2 y para responder, es imperativo saber escuchar. Desde esta perspectiva, ¿cobra sentido la frase de Jesús “El que tiene oídos para oír, oiga”?

Amar al prójimo, escucharlo y hospedarlo aunque confronte nuestras ideas desde las antípodas es tal vez uno de los mayores desafíos de la misión cristiana, sobre todo, en tiempos de aturdimiento. Jesús dialogaba, contraponía las ideas de sus interlocutores y les permitía ver sus inquietudes desde otro lugar, generalmente desde un lugar que los dejaba perplejos. Pero a la vez, los escuchaba, les preguntaba cuál era su necesidad aún cuando fuese aparente y en ese diálogo los hospedaba porque conocía lo que había en sus corazones. El ejemplo de Jesus y su interacción con las personas nos interpela, y sus actitudes resuenan particularmente en nuestro espíritu de época. Su mirada desafía profundamente nuestro caminar y nos convoca a pensar los vínculos y nuestras acciones desde el diálogo y la escucha. Un lugar que se contrapone rotundamente con el lugar de la imposición, o la repetición de ideas vacías de un manual, o tal vez a través de maniobras mucho más sutiles como la reproducción constante de discursos ajenos, que no pregunta ni escucha las necesidades del prójimo, que no lo hospeda. En otras palabras, esas actitudes que simplemente repiten un “deber ser cristiano”.

Como nos recuerda Walter Ong en “Oralidad y escritura”, Jesús no dejó nada escrito aunque sabemos que podía leer y escribir (Lucas 4:16) y por algo tal vez la carta de los Romanos nos recuerda que la fe viene por el oír. ¿Podremos hacer de la escucha una práctica que acompañe nuestro diario caminar en la fe?, ¿Podremos aceptar el desafío de contraponer nuestras propias ideas y pensamientos? ¿Estamos dispuestos a caminar en humildad dejando que el señor abra nuestro entendimiento para poder relacionarnos con el prójimo desde ese diálogo, desde la pregunta y sobre todo desde el amor?

…benditos son los ojos de ustedes, porque ven; y sus oídos, porque oyen”.


  1. J. Jiménez Lozano, F. Martínez, R. Mate y J. Mayorga. Religión y tolerancia: en torno a Natán el Sabio de G.E. Lessing. Barcelona.Anthropos Editorial. 2003. Pág 38 ↩︎

  2. Ong, Walter. Orality and Literacy. Routledge, New York, 1982 ↩︎

  Related Pages

A#%!
Thursday, November 22nd 2018
 Alexandru G. IchimLuchi Sánchezartesanalpoema

Todo es esperanza. Las cosas que más importan son invisibles, son silencios. El viento se mueve porque no sabemos cómo. Las abejas se enamoran porque no saben lo que hacen. Nos adaptamos a los climas, mares y tierras porque somos polvo. Al saber que no sabemos nada, es obvio, lo sabemos todo. Pero no lo admitimos. Alguien sabe más. Cada uno sabe algo más que no sabe el otro y el otro a su vez igual. ¿Entonces quién sabe ese “más”? Si no hay dos no hay uno. Hay a#%! que es incomprensible, por eso puedo amarte, puedo hablarte, puedo escucharte, puedo serte silencio, puedo ser con vos. La esperanza está en la forma.

LaReforma Protestante que deforma el progre tanto.

Hay una frontera quealguna vez fue señaladaen un terreno de arenapara ser olvidadapero alguien la vióy ya hay una historiay esa historia de fronterasnos recuerda dos lugaresposiciones;el lado de las piedraso de la gracia.

En la catedral de Colonia, hay un órgano estupendo. Pero jamás se toca. Cuando se debe pasar música, se recurre a grabaciones o a esos órganos electrónicos que, se puede decir, funcionan solos y con un sonido prefabricado. Pregunté por qué no se tocaba el maravilloso órgano de la catedral y me respondieron: ‘Suena demasiado majestuoso, demasiado solemne, intimida’. Entonces sí corresponde alarmarse. Eso significa que el ser humano, presa de la tecnología, de un mundo de reproducciones, no soporta las experiencias originales. Y cuando digo originales, me refiero a lo que evoca o remite al origen. Es como si el hombre, cada vez de un modo más acelerado, se estuviera olvidando de sí mismo.1

Ambivalencia
Wednesday, November 2nd 2016
 Luchi SánchezVictoria Juncosfepoema

-hay cosas que no deberían decirse nunca-

El lugar era silencio. Todas las almas estaban cobijadas en sus hogares en muda armonía. Únicamente en los caminos y calles que juntan sus brazos en una inmensa red había vida. Las llamas de los faroles ardían intensa y apasionadamente. La extensa familia de insectos se escuchaba zumbir en canteros y surcos, algún que otro perro disputaba con su querida sombra y algunas aves desveladas componían hermosos cantos a la luna. Sin testigos, más que la noche, una acalorada llama escápose del farol abarcándolo por completo, cual viento de otoño que desviste las copas doradas de los árboles. Ninguna de las apagadas almas se percató del suceso hasta que la llama, poseyendo una rama cercana, tórnose en un árbol de fuego que se desplomaba al suelo echando crujientes ruidos. Tomados por asombro, algunos se asomaron con timidez, otros apresuradamente hasta que todos los vecinos de los vecinos, encendidos por el desconcierto, parloteaban a viva voz apoderados por el imponente fenómeno ante sus ojos. No estaban preocupados, sabían que el árbol de fuego se apagaría sólo al igual que una vela se apaga sóla una vez consumida. Murmurando entre ellos miraban el espectáculo entregados a un sentimiento desconocido. Al rato, cuando la llamarada cesó de arder, volvieron todos a sus humildes fincas también apagando las pequeñas velas, cuales parecían alumbrar vagamente el interior de sus casas. De madrugada, con la luna iluminando la oscuridad matutina, un alma despertó. Levántose de su cómodo lecho, sutilmente, para no despertar a los demás, y entregando su cuerpo al gélido frío, vístiose. Cual fantasma levitando, dirigió sus pasos atravesando la gris neblina hacia el hogar de su vecino, junto al cual, se hicieron mutua compañía compartiendo la predilecta infusión en el camino que lleva al corazón de la ciudad. Sol y luna siguieron rotando y al poco tiempo la neblina disípose con el arribo de un ligero manto celeste que cubrió el cielo. En pleno furor de la ciudad, el camino de los vecinos se bifurcó y cada uno se perdió en la marea de transeúntes a pie y en bicicleta, niños jugando, carros con caballos, mercantiles, artesanos, malabaristas y juglares, vagabundos y demás tipos de gentío, todos empujados o guiados por cierta inercia a cumplir —muchos con duro corazón y de mala gana— sus quehaceres de todos los días. Pululaban los callejones, calles, callecitas de aquella urbe con el alma cansada, parecido a quien, por no haber comprado aceite en el día y ya llegada la noche, no pudo encender las lámparas de su casa, cuales iluminan la entrada de su hogar y el camino por el cual circulan su cohabitantes.

Ocurre espontáneamente, de modo tan imprevisto que es una constante. No esconde segundas intenciones, ni resiste la crítica de un ojo experto: simultáneamente alberga todas las interpretaciones, caja de Pandora de la hermenéutica moderna.

Sumergido bajo la ley del consumo, sobrevive a duras penas el hombre, endeudado a más no poder, comprando para ser alguien dentro del status, dentro de la élite que nos vende la TV, los flashes, los clichés y demases óxidos que carcomen la conciencia del hombre. La clase media -que se le denomina así (y ella así lo cree) porque posee más propiedades que la clase baja- y la clase baja -que se avergüenza de su dignidad- se combaten mutuamente: así resucitan el viejo y macabro sueño de Thomas Malthus, quien a fines de 1700 había propuesto acabar con la pobreza exterminando a los pobres.

Mi fe
Tuesday, July 26th 2016
 Alexandru G. IchimLuchi Sánchezfepoema

Mi fe es una fe oriental. Mi occidente la despedazóEn mi cuerpo, mi alma, mi espíritu.No aprendo el nombre que tanto escucho,Siento el hambre que me es un agravioMas debo saberDe dónde vengo y cómo me llamo.No sé cómo estoyMas debo saber quién soy.

Ellos se preguntan por qué… ¿Por qué, si hablan de amor, no aman?¿Por qué nos piden que nos arrepintamos siempre a nosotros?¿Por qué es pecaminosa nuestra cultura?¿Por qué nuestra sabiduría ancestral no valida como inteligencia?¿Por qué nuestros modos están mal y también nuestras formas?¿Por qué el dios que los acompaña y que no se ve se ensaña con la tierra…… y con los ríos… y con el monte… y todos sus habitantes?¿Por qué se adueñan de lo que no tiene dueño?¿Por qué sus descansos son descansos y los nuestros perezas?¿Por qué están sedientos de poder y no de agua?¿Por qué sus imposiciones esclavizan?¿Por qué indican y no preguntan?¿Por qué su intimidad es cercada y la nuestra expuesta?¿Por qué ofende nuestra desnudez y no sus hipocresías?¿Por qué ostentan vestimentas costosas y comidas suculentas?¿Por qué sus ojos desprecian nuestra piel, nuestras risas y nuestros motivos?¿Por qué sus sobras se tiran y no comparten sus platos?¿Por qué están gordos de egoísmos?¿Por qué nos llaman infelices si ni siquiera ríen?¿Por qué solo son personas los parecidos a ellos?¿Por qué condenan nuestra moral mientras se enseñorean de nuestras niñas?¿Por qué prostituirlas, por la fuerza, ya no es pecado?¿Por qué se pagan con existencias sus caprichos?¿Por qué sus palabras difíciles, y su libro, contradicen sus gestos? ¿Por qué su verdad se tiene que meter forzada en nuestras vidas? ¿Por qué? ¿Por qué pasan los años y todo sigue siendo igual?

El hombre ha mutado y sobre eso hay pocas dudas. Este cambio civilizatorio en el que estamos inmersos sigue arrastrando a varios que aún no han desarrollado las branquias necesarias para respirar bajo el agua, como diría Alessandro Baricco. Nuestro lenguaje y nuestra forma de comunicarnos también ha cambiado, por ende nuestro arte, nuestra música y tal vez, ¿nuestra fe?