Desobedientes: Paulo Freire

Saturday, March 14th 2020

En una nueva edición de esta serie de Desobedientes, convocamos fragmentos de las siempre vibrantes palabras de Paulo Freire, educador, filósofo e inspiración de muchos de nosotros que navegamos las fronteras entre la pedagogía, filosofía y las prácticas comunitarias. Este ensayo titulado Los Cristianos y la Liberación de los Oprimidos fue publicado por el Consejo Mundial de Iglesias en 1973 pero llega a nuestras manos en un momento en el que sus reflexiones resuenan como voz profética en nuestra realidad Latinoamericana. Sus palabras cobran una aguda relevancia en un contexto en el que parte del cristianismo se refugia en una retórica conservadora y reaccionaria frente al devenir de la sociedad posmoderna. Esperamos que este segundo libro de Desobedientes que empieza a circular en nuestra producción artesanal vaya alumbrando caminos en aquellas comunidades de fe locales que asumen su rol profética, abrazando la propuesta de Freire: ser utópicas y llenas de esperanza.

Comenzaremos este ensayo con una afirmación que, revelando con claridad nuestra posición sobre la misión educativa de las iglesias en América Latina, es también al mismo tiempo, una cosa obvia: No podemos discutir, por un lado, las Iglesias, por otro lado, la educación y finalmente, el papel de ellas en relación a estas, a menos que sea históricamente. Las iglesias no son entes abstractos, sino instituciones insertas en Ia Historia, y es únicamente en la historia donde se da también la educación. Del mismo modo, el rol educativo de las Iglesias no puede ser comprendido por fuera de los condicionamientos de la realidad concreta en la que se encuentran.
Sin embargo, en el momento en que tomamos en serio estas afirmaciones, ya no podemos aceptar ni Ia neutralidad de las iglesias frente a la historia, como tampoco Ia neutralidad de Ia educación. De este modo no puede haber más que dos formas de interpretar a los que proclaman tal neutralidad: o son totalmente ‘ingenuos’’ en su percepción de Ia iglesia y de Ia historia, o de manera ‘astuta’ ocultan su opción real. De todos modos, objetivamente, todos ellos forman parte de una misma perspectiva ideológica. Cuando ellos insisten en Ia necesaria neutralidad de Ia iglesia frente a Ia historia, o Ia acción política, no hacen otra cosa que posicionarse políticamente a favor de las clases dominantes y en contra de las clases dominadas. No hay posibilidad de ‘Lavarnos las manos’ cuando hay intereses irreconciliables a no ser que tomando partido por los poderosos. (…)

La primera exigencia que el nuevo aprendizaje genera es romper violentamente con su concepción elitista de Ia existencia que absorbieron en el proceso de su ideologización. Este aprendizaje requiere como condición sine qua non que experimente su propia Pascua. Es decir, que mueran en cuanto elitistas para renacer junto a los oprimidos, como seres que fueron prohibidos de SER.

Tal proceso implica Ia renuncia a ciertos mitos apreciadas por ellos, como los de su ‘superioridad’ o de la pureza de sus almas, de sus virtudes, de su sabiduría, o su creencia de ‘salvadores’ de los pobres, el mito de la neutralidad de Ia iglesia, de Ia teología, de Ia educación, de Ia ciencia, de Ia tecnología y de su imparcialidad, mito desde el cual derivan necesariamente otras creencias como las de Ia inferioridad del pueblo, de su impureza espiritual y física y de la absoluta ignorancia de los oprimidos.

Rápidamente perciben que la indispensable Pascua cuyo resultado es el cambio de la conciencia, tiene que ser vivida. La verdadera Pascua no es retórica conmemorativa, sino praxis, compromiso histórico. La vieja Pascua de la retórica ‘murió’ sin esperanza de resurrección. Únicamente en la autenticidad de la praxis histórica, la Pascua es morir para vivir. Sin embargo, esta forma de experimentar la Pascua, básicamente vital, no puede ser aceptada por la visión esencialmente mortífera, y por eso mismo estática, de la burguesía. La mentalidad burguesa que no existe como abstracción, mata el dinamismo profundo e histórico del pasaje de Pascua y la transforma en alienación, en una simple fecha en el calendario. (…)

De hecho, en el proceso de su ‘nuevo aprendizaje’, muchos cristianos pronto comienzan a percibir que cuando ejercían formas de acción puramente paliativas ─sean sociales o religiosas (por ejemplo, participando fervorosamente de campañas tales como ‘La familia que ora unida permanece unida’)─ eran exaltados por sus virtudes cristianas. Pero en el momento en que por Ia propia experiencia van percibiendo que Ia familia que ora unida también necesita casa, trabajo libre, pan, ropa, salud y educación para sus hijos, que necesitan expresarse y expresar su mundo creando y recreándolo, que necesitan que su cuerpo, alma y dignidad sean respetadas si han de permanecer unidos, no sólo en el dolor y Ia miseria. Cuando comienzan a percibir esta realidad, descubren que su fe es puesta en tela de juicio por aquellos que buscan aún más poder político, económico y eclesiástico para apoderarse también de Ia conciencia de los demás.
En Ia medida en que su nuevo aprendizaje los lleva a ver cada vez más claramente Ia dramática realidad en la que el pueblo vive y los empuja a nuevas formas de acción ya menos ‘asistencialistas’, pasan a ser vistos como figuras diabólicas que están al servicio de fuerzas demoníacas internacionales que amenazan Ia ‘civilización occidental y cristiana’, que de cristiana, en realidad, tiene muy poco. (…)

Tienen razón los teólogos latinoamericanos que, comprometiéndose históricamente cada vez más con los oprimidos, defienden hoy una teología política de Ia liberación y no una teología del ‘desarrollo’ modernizante. Estos teólogos sí pueden comenzar a responder a las inquietudes de una generación que opta por Ia transformación revolucionaria de su mundo y no por Ia conciliación de los irreconciliables. Ellos saben muy bien que sólo los oprimidos, como clase social prohibida de decir su palabra, pueden llegar a ser los utópicos, los proféticos y los mensajeros llenos de esperanza, en Ia medida en que su futuro no sea mera repetición reformada de su presente. Su futuro ─sin el cual no pueden ser─ es la realización de su liberación. Sólo ellos pueden denunciar el ‘orden’ que los aplasta y, en Ia praxis de Ia transformación de este ‘orden’, anunciar un nuevo mundo que está constantemente siendo recreado y renovado.

Por eso es que su esperanza no es una invitación estabilidad, que no sólo existe en el tradicionalismo sino también en Ia modernización alienadora. Su esperanza, por el contrario, es un llamado a ‘caminar’, no a Ia marcha errante de quien renuncia o evade la realidad, sino a ‘hacer camino’ como quien toma Ia historia en sus manos, haciéndola y en ella rehaciéndose. Un ‘caminar’ que en última instancia es su peregrinaje necesario, en el cual tienen que ‘morir’ como clase oprimida para renacer como clase que se Iibera.

Esta travesía, ‘Pascua’, sin embargo ─subrayémoslo una vez más─ no se puede realizar ‘dentro’ de Ia conciencia, sino en Ia historia. Nadie hace tal camino sólo en Ia ‘interioridad’ de su ser. (…)

Finalmente, tan vieja como el cristianismo mismo, sin ser tradicional, tan nueva como él, sin ser modernizante, se viene afirmando cada vez más en América Latina, todavía no como un todo coherente, una línea distinta: Ia iglesia profética. Atacada por las iglesias tradicionales y por Ias modernizantes, como también por las élites de las estructuras de poder, este movimiento profético, utópico y lleno de esperanza rechaza el ‘hacer-bien-por-moral’ y los paliativos asistencialistas para así poder comprometerse con las clases sociales dominadas para Ia transformación radical de Ia sociedad.

En contraste con las iglesias anteriormente analizadas, la línea profética rechaza toda forma estática de pensar, entendiendo que para ser, tiene que estar siendo. Precisamente porque asume un pensamiento crítico, no se concibe neutral ni esconde su opción. Por ello tampoco dicotomiza mundanidad de trascendencia, ni salvación de liberación. Sabe, igualmente, que no hay un ‘yo soy’, un ‘yo se’, un ‘yo me libero’, un ‘yo me salvo’; como tampoco hay un ‘yo te doy conocimiento’, un ‘yo te libero’, un ‘yo te salvo’; sino, por el contrario, hay un ‘nosotros somos’, un ‘nosotros sabemos’, un ‘nosotros nos liberamos’, un ‘nosotros nos salvamos’.