Vivimos hoy

Thursday, May 18th 2023  — 
 Andrés Rumbollconsumismoidentidadpolítica

Vivimos hoy en una sociedad en la que existen enormes niveles de miseria. No me refiero únicamente a la miseria material que significan la falta de trabajo, de recursos, de vivienda y de alimento, miseria que sufren millones y millones de hombres, mujeres y niños.Me refiero, principalmente, a la miseria humana del resto de nosotros: de políticos y millonarios, de encargados de empresas, medios de comunicación, partidos, sindicatos e iglesias. Miseria del hombre y de la mujer promedios. De vos y de mí. ¡Miseria nuestra!Sufrimos hoy de una terrible falta de comprensión, empatía, compasión, y lo que es aún peor, de interés.Según el Programa Mundial de Alimentos de las Naciones Unidas1, el hambre mata más personas que el SIDA, la tuberculosis y la malaria juntas. Alrededor de 800 millones de personas no tienen alimentos suficientes. Casi la mitad de las muertes en niños menores a 5 años son causadas por nutrición deficiente. Más de 3 millones de niños mueren cada año por hambre y causas relacionadas al hambre. ¡1 niño muere cada 10 segundos por falta de acceso a una nutrición suficiente y saludable!Y la verdadera tragedia es que esto ocurre al tiempo que existen suficientes recursos en el mundo como para tratar la desnutrición crónica de millones de personas. Según el informe más reciente de Oxfam, «Una economía al servicio del 1%»2, publicado en enero de este año, para combatir con éxito la pobreza, es ineludible hacer frente a la crisis de desigualdad: los 62 individuos más ricos tienen más riqueza que la mitad de la población mundial, ¡más que unos 3.600.000.000 de personas! El informe también señala que por primera vez se puede demostrar que ¡el 1% más rico de la población es aún más rica que el restante 99%! Y esa riqueza no se usa tanto para ayudar a los más desvalidos (tan necesitados), como se usa para manipular el juego político y económico para seguir recibiendo aún más beneficios, por encima de lo ya acumulado.Ahora bien, me gustaría postular la siguiente idea: aunque existan inmensas cantidades de dinero en circulación, el mundo es inmensamente pobre, inmensamente mísero. ¿De qué sirve tanta riqueza, de qué sirven los millones y millones si hay hombres, mujeres y niños que mueren de hambre, de falta de agua potable, de falta de los recursos más básicos, de falta de acceso a la salud y la educación? ¿De qué sirve que haya tanto si tantos miles y millones mueren cada año, en última instancia, de pobreza? ¡Cuán horrendo es que, existiendo tanta riqueza (y habiendo tanto potencial), los millones y millones almacenados y guardados valen tan poco, ya que quienes más los necesitan se hallan tan lejos de acceder a ellos!Cuando se piensa en asuntos económicos, se suele hacer en términos simples: sabemos que 1.000 pesos son 1.000 pesos. Que 10 pesos son menos que 1.000. Que 1.000 son menos que 1.000.000.Pero… ¿no es claramente evidente que 10 pesos que alimentan a un hambriento son inmensamente más valiosos que 1.000.000 en la cuenta bancaria del individuo más rico?

¡1.000.000 puede ser menos que 10!

Este panorama se vuelve aún más sombrío si se considera que no sólo en cuanto a la distribución del dinero existe desigualdad tan alta como pocas veces en la historia humana, sino también existe una desigualdad muy alta en el acceso a, y la explotación y aprovechamiento de, los recursos naturales. Se repite un patrón similar en diferentes ámbitos: grandes compañías extrayendo recursos de manera no sustentable con maquinaria avanzada y bajos niveles de empleo, produciendo grandes costes ambientales y sociales, y no existiendo la posibilidad de acceso para grandes cantidades de personas en necesidad. Esto desenvuelve en una mayor y más perniciosa exclusión para millones de seres humanos.Hay tanta riqueza en este mundo, y aún así hay inmensa pobreza, inmensa miseria. Ahora, frente a todo esto: ¿Dónde se posiciona la Iglesia? ¿Dónde están los cristianos? ¿Dónde está hoy Abraham, que abandonó la ciudad en la que vivía para fundar, lejos de ahí, una sociedad acorde al corazón de Dios? ¿Dónde está hoy Moisés, que oyendo la voz de Dios, se plantó ante al faraón y le dijo “¡Libera a mi pueblo!”, conduciéndolos en una impresionante travesía para re-fundar la sociedad acorde a la Voluntad de Dios?¿Dónde están hoy los profetas, Amós, Miqueas, Oseas, para condenar a gritos las injusticias y denunciar a los opresores, reclamando a viva voz el reino de Dios, en el que reinen la justicia y la misericordia?¿Dónde está hoy Bonhoeffer para decir que “no debemos simplemente vendar las heridas de las víctimas de la rueda de la injusticia, sino que debemos atravesar con un palo la rueda misma”, y buscar, tanto con palabras como con acción, pagando aún con su vida, una sociedad más humana, una sociedad más agradable a Dios?¿Donde está hoy Hélder Câmara quien sostuvo con firmeza que sin justicia y sin amor, la paz sólo podría llegar a ser una gran ilusión, y quien luchó por aquella sociedad más alineada a los proyectos de Dios?

De algo estoy seguro: la sociedad en la que vivimos no es esa sociedad.¿Dónde está la Iglesia, luchando por instaurar una sociedad más acorde al corazón de Dios?

¿Dónde estás vos?

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Tanto miedo junto, solo significa paz.Tanta libertad de golpe y no me atrevo a escapar.¿No puedo vivir sin cadenas?No puedo sostener una mentirani puedo entender la ironía:“¿Qué necesidad?”¿Cómo cambiar todo por una promesa?No espero que me entiendan.Tan solo no tiren a matar.

Cuando empecé a escribir y pensar la pluralidad, en cierto marco de ingenuidad, me movilizaban algunas euforias del tono celebratorio que había en torno al discurso del pluralismo. Corrían los últimos años de los 90’ y en mí se proyectaba la imagen de que, despejando ciertos equívocos que se sedimentaban fácilmente en la cultura por el peso de viejos discursos, podían darse unas interesantes relaciones dialógicas entre fe y los otros campos discursivos que “garpan” como preponderantes en la contemporaneidad: arte, ciencia, filosofía. Tenía veintitantos de años, me había leído el abanico de discursos que “asediaban” la modernidad (concepto de Sebrelli), a Feyerabend (principalmente) y los otros filósofos que deconstruían la autoridad “unívoca” de la ciencia (Khun, Lakatos). Había transitado los principales ejes postestructuralistas y observado que era cierto, los fundamentos sobre los que descansaban los últimos tres siglos de conocimiento habían sido relativizados, mostrados como convenciones y construcciones discursivas de un grupo de cerebros. Ideas, que además se habían impuesto con coacción y poder. Había visto Matrix, leído Los invisibles (Morrison), From Hell (Moore), 1984 (Orwell) y varios afines más, todo por la misma época. Sobrevolaba en los aires un cierto entusiasmo intelectual a fines de los 90’, mi interpretación, o apropiación, de esa “celebración” tenía que ver para mí con la instauración del pluralismo como plataforma retórica sobre la cual construir la cultura. La racionalidad estaba buena, buenísima en realidad, pero no era más que una tradición entre otras (Feyerabend).

Editorial #2
Wednesday, November 2nd 2016
 Equipo Editorialeditorialhistoriaidentidad

En los últimos 12 meses nuestro equipo de trabajo se ha mudado muchas veces. Nuestra convicción de itinerancia irreverente nos ayudó a descubrir que los muebles suelen ser un problema: a veces no son estructuras lo que nos detiene, sino que cuesta desprendernos de los muebles. Una heladera, una mesa, un sillón. Las bicicletas, el piano, un amplificador. A dónde vamos no podemos llevarlos, ¿entonces qué hacemos?

Ocurre espontáneamente, de modo tan imprevisto que es una constante. No esconde segundas intenciones, ni resiste la crítica de un ojo experto: simultáneamente alberga todas las interpretaciones, caja de Pandora de la hermenéutica moderna.

Sumergido bajo la ley del consumo, sobrevive a duras penas el hombre, endeudado a más no poder, comprando para ser alguien dentro del status, dentro de la élite que nos vende la TV, los flashes, los clichés y demases óxidos que carcomen la conciencia del hombre. La clase media -que se le denomina así (y ella así lo cree) porque posee más propiedades que la clase baja- y la clase baja -que se avergüenza de su dignidad- se combaten mutuamente: así resucitan el viejo y macabro sueño de Thomas Malthus, quien a fines de 1700 había propuesto acabar con la pobreza exterminando a los pobres.

Ellos se preguntan por qué… ¿Por qué, si hablan de amor, no aman?¿Por qué nos piden que nos arrepintamos siempre a nosotros?¿Por qué es pecaminosa nuestra cultura?¿Por qué nuestra sabiduría ancestral no valida como inteligencia?¿Por qué nuestros modos están mal y también nuestras formas?¿Por qué el dios que los acompaña y que no se ve se ensaña con la tierra…… y con los ríos… y con el monte… y todos sus habitantes?¿Por qué se adueñan de lo que no tiene dueño?¿Por qué sus descansos son descansos y los nuestros perezas?¿Por qué están sedientos de poder y no de agua?¿Por qué sus imposiciones esclavizan?¿Por qué indican y no preguntan?¿Por qué su intimidad es cercada y la nuestra expuesta?¿Por qué ofende nuestra desnudez y no sus hipocresías?¿Por qué ostentan vestimentas costosas y comidas suculentas?¿Por qué sus ojos desprecian nuestra piel, nuestras risas y nuestros motivos?¿Por qué sus sobras se tiran y no comparten sus platos?¿Por qué están gordos de egoísmos?¿Por qué nos llaman infelices si ni siquiera ríen?¿Por qué solo son personas los parecidos a ellos?¿Por qué condenan nuestra moral mientras se enseñorean de nuestras niñas?¿Por qué prostituirlas, por la fuerza, ya no es pecado?¿Por qué se pagan con existencias sus caprichos?¿Por qué sus palabras difíciles, y su libro, contradicen sus gestos? ¿Por qué su verdad se tiene que meter forzada en nuestras vidas? ¿Por qué? ¿Por qué pasan los años y todo sigue siendo igual?

Jesús afirma mi valor infinito como hijo de Dios.