Fenómenos, por Alexandru G. Ichim

Wednesday, April 19th 2017  — 
 Alexandru G. IchimJosías Acostafotografía

Conocí a Irito en San Juan; estábamos en un pre-encuentro de estudiantes de Sociología. Recuerdo que un amigo en común, Pedro, me insinuó que era alguien con una sensibilidad especial… digamos, algo espiritual. No sé si en ese momento su ojo crítico ya miraba el mundo desde un pentaprisma, pero es una alegría incontenible saber que podemos mirar, al menos de manera estática, un poquito el mundo como ella lo ve: tan luminoso y delicadamente exuberante. Compartimos con ustedes la íntima percepción de aquellos seres que se buscan a sí mismos en el otro, en la distancia cómplice y poética de un foto.

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A#%!
Thursday, November 22nd 2018
 Alexandru G. IchimLuchi Sánchezartesanalpoema

Todo es esperanza. Las cosas que más importan son invisibles, son silencios. El viento se mueve porque no sabemos cómo. Las abejas se enamoran porque no saben lo que hacen. Nos adaptamos a los climas, mares y tierras porque somos polvo. Al saber que no sabemos nada, es obvio, lo sabemos todo. Pero no lo admitimos. Alguien sabe más. Cada uno sabe algo más que no sabe el otro y el otro a su vez igual. ¿Entonces quién sabe ese “más”? Si no hay dos no hay uno. Hay a#%! que es incomprensible, por eso puedo amarte, puedo hablarte, puedo escucharte, puedo serte silencio, puedo ser con vos. La esperanza está en la forma.

Me encuentro en esa mirada de maderas, ladrillos, perros, yuyos, barro, mujeres, niños y niñas. En el espacio cómplice entre la inocencia y la resistencia. En el camino constante de aprender a mirarnos y sabernos siempre acompañados y acompañadas. Me encuentro mirando a los que miran y se encuentran con otros y otras en la Comunidad Marta Juana González de Villa el Libertador, Córdoba.

Cosas maravillosas ocurren por fuera del asfalto.En el medio del desierto brotan fuentes de agua.El silencio del dogma frente al paraíso de la palabra que refresca, que circula.El Quicho: milagro posmoderno.No es el chorro lo que nos hace creer, es la existencia de otra forma de pensar la escuela.

El edificio no importaEste templo Yo lo reconstruyo.

LaReforma Protestante que deforma el progre tanto.

De repente las luces se apagaron. La oscuridad se apoderó de nuestras miradas como un virus.La ceguera en los corazones llegó a los ojos.Las casas iban una a una entrando en la sombra. La sensación de desamparo se hizo certeza cuando, en las calles, los vecinos se veían por vez primera entre penumbras, para tratar de entender qué pasaba. Intercambiaron direcciones y reconstruyeron a su manera los hechos. Sabiendo que es la única manera de conocer.La respuesta estaba ardiendo sobre los cables. El Fuego no se consumía.Orgulloso en su insolencia, inoportuno y contundente como el amor, sublime y mágico. Total.El desconcierto se volvió señal para aquellos corazones atentos, respetuosos del Espíritu.Sin entender ni poder resolver nada, cada uno volvió a su refugio (cavernas vacías cuando la luz no las adorna) para que el sueño los ayudara a viajar en el tiempo.Nuestra especie sobrevive porque es la mejor adaptada para huir; hasta de sí misma.

Puente
Wednesday, April 19th 2017
 Josías Acostapoema

Entre nosotros un abismo. Por eso el puente.Nuestra distancia es un vacío, no se puede ignorar.Si nos separa o nos invita es incierto, lo sé.Pero lo cierto no moviliza ni hace crecer.Porque lo cierto, que te hipnotiza, no te hace cruzar.Si nos miramos no es que entendamos.Si nos peleamos es que tratamos.Si nos queremos no es tan terrible el abismo.Terrible es no cruzar por amarse mucho uno mismo.Si me invitás a dar el salto (dejemos el cinismo)sabé que es obvio que caiga y listo.No me invites a fallar. Por eso el puente.

Dios mío
Wednesday, November 2nd 2016
 Josías Acostafeidentidadpoema

Tanto miedo junto, solo significa paz.Tanta libertad de golpe y no me atrevo a escapar.¿No puedo vivir sin cadenas?No puedo sostener una mentirani puedo entender la ironía:“¿Qué necesidad?”¿Cómo cambiar todo por una promesa?No espero que me entiendan.Tan solo no tiren a matar.

El lugar era silencio. Todas las almas estaban cobijadas en sus hogares en muda armonía. Únicamente en los caminos y calles que juntan sus brazos en una inmensa red había vida. Las llamas de los faroles ardían intensa y apasionadamente. La extensa familia de insectos se escuchaba zumbir en canteros y surcos, algún que otro perro disputaba con su querida sombra y algunas aves desveladas componían hermosos cantos a la luna. Sin testigos, más que la noche, una acalorada llama escápose del farol abarcándolo por completo, cual viento de otoño que desviste las copas doradas de los árboles. Ninguna de las apagadas almas se percató del suceso hasta que la llama, poseyendo una rama cercana, tórnose en un árbol de fuego que se desplomaba al suelo echando crujientes ruidos. Tomados por asombro, algunos se asomaron con timidez, otros apresuradamente hasta que todos los vecinos de los vecinos, encendidos por el desconcierto, parloteaban a viva voz apoderados por el imponente fenómeno ante sus ojos. No estaban preocupados, sabían que el árbol de fuego se apagaría sólo al igual que una vela se apaga sóla una vez consumida. Murmurando entre ellos miraban el espectáculo entregados a un sentimiento desconocido. Al rato, cuando la llamarada cesó de arder, volvieron todos a sus humildes fincas también apagando las pequeñas velas, cuales parecían alumbrar vagamente el interior de sus casas. De madrugada, con la luna iluminando la oscuridad matutina, un alma despertó. Levántose de su cómodo lecho, sutilmente, para no despertar a los demás, y entregando su cuerpo al gélido frío, vístiose. Cual fantasma levitando, dirigió sus pasos atravesando la gris neblina hacia el hogar de su vecino, junto al cual, se hicieron mutua compañía compartiendo la predilecta infusión en el camino que lleva al corazón de la ciudad. Sol y luna siguieron rotando y al poco tiempo la neblina disípose con el arribo de un ligero manto celeste que cubrió el cielo. En pleno furor de la ciudad, el camino de los vecinos se bifurcó y cada uno se perdió en la marea de transeúntes a pie y en bicicleta, niños jugando, carros con caballos, mercantiles, artesanos, malabaristas y juglares, vagabundos y demás tipos de gentío, todos empujados o guiados por cierta inercia a cumplir —muchos con duro corazón y de mala gana— sus quehaceres de todos los días. Pululaban los callejones, calles, callecitas de aquella urbe con el alma cansada, parecido a quien, por no haber comprado aceite en el día y ya llegada la noche, no pudo encender las lámparas de su casa, cuales iluminan la entrada de su hogar y el camino por el cual circulan su cohabitantes.

Conocí a Irito en San Juan; estábamos en un pre-encuentro de estudiantes de Sociología. Recuerdo que un amigo en común, Pedro, me insinuó que era alguien con una sensibilidad especial… digamos, algo espiritual. No sé si en ese momento su ojo crítico ya miraba el mundo desde un pentaprisma, pero es una alegría incontenible saber que podemos mirar, al menos de manera estática, un poquito el mundo como ella lo ve: tan luminoso y delicadamente exuberante. Compartimos con ustedes la íntima percepción de aquellos seres que se buscan a sí mismos en el otro, en la distancia cómplice y poética de un foto.

Ocurre espontáneamente, de modo tan imprevisto que es una constante. No esconde segundas intenciones, ni resiste la crítica de un ojo experto: simultáneamente alberga todas las interpretaciones, caja de Pandora de la hermenéutica moderna.

Mi fe
Tuesday, July 26th 2016
 Alexandru G. IchimLuchi Sánchezfepoema

Mi fe es una fe oriental. Mi occidente la despedazóEn mi cuerpo, mi alma, mi espíritu.No aprendo el nombre que tanto escucho,Siento el hambre que me es un agravioMas debo saberDe dónde vengo y cómo me llamo.No sé cómo estoyMas debo saber quién soy.