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No hay nada de inusual o innovador en el esfuerzo editorial. Menos cuando las redes sociales han instalado que publicar todo lo que se nos antoje es una actividad propia de la cotidianeidad en una sociedad de consumo. Las nuevas herramientas digitales de edición, publicación y difusión ponen al alcance del gran público los medios de comunicación de la telaraña extensa como el mundo (world wide web). Por tanto, lejos de cualquier pretensión vanguardista, simplemente buscamos ponernos al día con los nuevos medios digitales para continuar con la vieja moda editorial.
Sumergido bajo la ley del consumo, sobrevive a duras penas el hombre, endeudado a más no poder, comprando para ser alguien dentro del status, dentro de la élite que nos vende la TV, los flashes, los clichés y demases óxidos que carcomen la conciencia del hombre. La clase media -que se le denomina así (y ella así lo cree) porque posee más propiedades que la clase baja- y la clase baja -que se avergüenza de su dignidad- se combaten mutuamente: así resucitan el viejo y macabro sueño de Thomas Malthus, quien a fines de 1700 había propuesto acabar con la pobreza exterminando a los pobres.
Ellos se preguntan por qué… ¿Por qué, si hablan de amor, no aman?¿Por qué nos piden que nos arrepintamos siempre a nosotros?¿Por qué es pecaminosa nuestra cultura?¿Por qué nuestra sabiduría ancestral no valida como inteligencia?¿Por qué nuestros modos están mal y también nuestras formas?¿Por qué el dios que los acompaña y que no se ve se ensaña con la tierra…… y con los ríos… y con el monte… y todos sus habitantes?¿Por qué se adueñan de lo que no tiene dueño?¿Por qué sus descansos son descansos y los nuestros perezas?¿Por qué están sedientos de poder y no de agua?¿Por qué sus imposiciones esclavizan?¿Por qué indican y no preguntan?¿Por qué su intimidad es cercada y la nuestra expuesta?¿Por qué ofende nuestra desnudez y no sus hipocresías?¿Por qué ostentan vestimentas costosas y comidas suculentas?¿Por qué sus ojos desprecian nuestra piel, nuestras risas y nuestros motivos?¿Por qué sus sobras se tiran y no comparten sus platos?¿Por qué están gordos de egoísmos?¿Por qué nos llaman infelices si ni siquiera ríen?¿Por qué solo son personas los parecidos a ellos?¿Por qué condenan nuestra moral mientras se enseñorean de nuestras niñas?¿Por qué prostituirlas, por la fuerza, ya no es pecado?¿Por qué se pagan con existencias sus caprichos?¿Por qué sus palabras difíciles, y su libro, contradicen sus gestos? ¿Por qué su verdad se tiene que meter forzada en nuestras vidas? ¿Por qué? ¿Por qué pasan los años y todo sigue siendo igual?
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El vocablo “espiritualidad” tiene que ver con “espíritu”. Una “espiritualidad” vendría a ser por lo tanto una forma de “ser espiritual”. Y como hay muchas formas de “ser”, entonces podríamos hablar de muchas espiritualidades. Pero para la presente reflexión vamos a concentrarnos en la espiritualidad bíblica, más específicamente cristiana ya que hablaremos de Espiritualidad y Discipulado. No resulta fácil hoy en día unir estas expresiones: tendemos a separar una cosa de la otra. Colocamos a la espiritualidad como una experiencia interior, y al discipulado como una experiencia exterior. Una subjetiva, y la otra objetiva. De allí muchas de las crisis maniqueas o deocetistas que experimentamos actualmente. Vemos que muchas comunidades renovadas de “alta experiencia espiritual”, reflejan en su praxis lo que pareciera a veces una proyección bastante incoherente del Jesús de los evangelios. Otro tanto ocurre en las iglesias más tradicionales, al respecto nos dice Leonardo Boff:
Ocurre espontáneamente, de modo tan imprevisto que es una constante. No esconde segundas intenciones, ni resiste la crítica de un ojo experto: simultáneamente alberga todas las interpretaciones, caja de Pandora de la hermenéutica moderna.
Jesús afirma mi valor infinito como hijo de Dios.
Vivimos hoy en una sociedad en la que existen enormes niveles de miseria. No me refiero únicamente a la miseria material que significan la falta de trabajo, de recursos, de vivienda y de alimento, miseria que sufren millones y millones de hombres, mujeres y niños.Me refiero, principalmente, a la miseria humana del resto de nosotros: de políticos y millonarios, de encargados de empresas, medios de comunicación, partidos, sindicatos e iglesias. Miseria del hombre y de la mujer promedios. De vos y de mí. ¡Miseria nuestra!Sufrimos hoy de una terrible falta de comprensión, empatía, compasión, y lo que es aún peor, de interés.Según el Programa Mundial de Alimentos de las Naciones Unidas1, el hambre mata más personas que el SIDA, la tuberculosis y la malaria juntas. Alrededor de 800 millones de personas no tienen alimentos suficientes. Casi la mitad de las muertes en niños menores a 5 años son causadas por nutrición deficiente. Más de 3 millones de niños mueren cada año por hambre y causas relacionadas al hambre. ¡1 niño muere cada 10 segundos por falta de acceso a una nutrición suficiente y saludable!Y la verdadera tragedia es que esto ocurre al tiempo que existen suficientes recursos en el mundo como para tratar la desnutrición crónica de millones de personas. Según el informe más reciente de Oxfam, «Una economía al servicio del 1%»2, publicado en enero de este año, para combatir con éxito la pobreza, es ineludible hacer frente a la crisis de desigualdad: los 62 individuos más ricos tienen más riqueza que la mitad de la población mundial, ¡más que unos 3.600.000.000 de personas! El informe también señala que por primera vez se puede demostrar que ¡el 1% más rico de la población es aún más rica que el restante 99%! Y esa riqueza no se usa tanto para ayudar a los más desvalidos (tan necesitados), como se usa para manipular el juego político y económico para seguir recibiendo aún más beneficios, por encima de lo ya acumulado.Ahora bien, me gustaría postular la siguiente idea: aunque existan inmensas cantidades de dinero en circulación, el mundo es inmensamente pobre, inmensamente mísero. ¿De qué sirve tanta riqueza, de qué sirven los millones y millones si hay hombres, mujeres y niños que mueren de hambre, de falta de agua potable, de falta de los recursos más básicos, de falta de acceso a la salud y la educación? ¿De qué sirve que haya tanto si tantos miles y millones mueren cada año, en última instancia, de pobreza? ¡Cuán horrendo es que, existiendo tanta riqueza (y habiendo tanto potencial), los millones y millones almacenados y guardados valen tan poco, ya que quienes más los necesitan se hallan tan lejos de acceder a ellos!Cuando se piensa en asuntos económicos, se suele hacer en términos simples: sabemos que 1.000 pesos son 1.000 pesos. Que 10 pesos son menos que 1.000. Que 1.000 son menos que 1.000.000.Pero… ¿no es claramente evidente que 10 pesos que alimentan a un hambriento son inmensamente más valiosos que 1.000.000 en la cuenta bancaria del individuo más rico?