La visita (parte 3)

Monday, August 27th 2018  — 
 Andrés Rumbollcuentofe

¡Rutinaria rutina! Nada más nocivo para la capacidad de asombro: rutina encarnada en rutina.

Había hablado con el Rumano hacía un tiempo y sabía que por esos días estaría visitando la gran urbe. Sabía que en algún momento iba a tener que interrumpir su diario comportamiento de engranaje en la gran maquinaria que se había tornado su vida.

Era un engranaje. Y eso que él nunca quiso acabar como una pieza sin voluntad ni poder autónomo. Pero aquella ciudad era para él como la trampa del Macronemurus appendiculatus. Uno se arrima al borde de la fosa cual embudo de arena movediza; tentarse a pisar lo destina a caer y verse condenado a las garras de la bestia. No importa cuánto se esfuerce, la ciudad lo había tornado en bestia. Como lo había hecho con tantos otros provincianos que venían por unos años a estudiar y salirse. Claro, si. El estudiar había empezado, el estudiar había seguido, y al fin, el irse nunca había llegado.

Su biografía era la de partir el alma de uno. La mitad había quedado enraizado en el poblado cordobés. La otra mitad había echado raíces en la city. Y ya, tras una década de estudio, las raíces del poblado estaban maltrechas con el pasado olvidado y las personas distantes, pero el alma citadina estaba más enraizada que nunca con el presente volviéndose pasado, y las redes de contactos – porque era dificil hacerse de verdaderos amigos en semejante ambiente hostil – expandiendo y creciendo.

Y así estaba tras década de estudios y tras trabajo tras trabajo, en una rutina (in?)cómoda, que se interrumpía de vez en vez, al acaecer alguna extra-ordinariedad, siempre bienvenida como para ver con nuevos ojos lo habitual, algo desesperadamente necesitado. ¡Era duro ser un engranaje! Ya lo había dicho Ernesto. Pero era aún peor, serlo sin molestarse por serlo por no darse cuenta. Eso era lo que lograba la rutina.

Aún lo más disfrutable se vuelve rutina. El andar en bicicleta por la ciudad. Al principio con plenas luces prestando atención a todo tipo de amenazas: vehículos apresurados que doblan y a uno chocan; taxistas nerviosos porque ganó el candidato equivocado o porque los invade la transnacional monopólica opresora; motos que, sabiendo que los policías nada dicen, se adueñan de la bicisenda a toda velocidad para evitar a sus enemigos de siempre, los de 4 ruedas; policías que, aburridos por no decir nada a motociclistas que invaden los espacios de los traccionistas de sangre, se molestan con los ciclistas, aquellos que pedalean por los lugares equivocados. En la selva de normas y leyes, de reglas y reglamentaciones, de costumbres y hábitos que es la vía pública, hasta el andar en bici, cuando se repite tanto, se vuelve segunda naturaleza, y ahí es cuando se vuelve rutina. Uno ya deja de mirar para arriba cual turista, ya deja de asombrarse por los gestos, los rostros, las conversaciones. Lo cotidiano ya es asimilado sin pensar. Aún lo raro se procesa como más de lo mismo. Eso hace la ciudad ya que todo es raro. Lo extraordinario es moneda corriente. La gente ya no se asombra.

Hasta que, de repente, uno, andando en bicicleta, escucha su nombre, y escucha el masivo signo de pregunta que lo acentúa.

“¿Sos vos?”

Y al darse vuelta para ver quién podría ser, uno ve al Rumano. ¡AL RUMANO! En el medio de la jungla de cemento: ¡el Rumano! Aquel bicho raro, rubio, casado, poeta, cordobés, y por sobre todo, ¡Chá-bón! Y en su semblante, como para acompañar la entonación de su voz, el gigantesco signo de pregunta: “¿sos vos?”

Y uno que, sabiendo que pronto llegaría a la ciudad a enfrentar al Sr. Trámite, había esperado la respuesta del otro para arreglar los mates tan argentos que uno le debe a semejante otro.

Y el Rumano: “Vine con otro”. A los pocos minutos se suma el Anarquista!

Y los tres se entusiasman por un almuerzo compartido. Quizá ellos para lidiar con la ciudad por su hostilidad hacia los foráneos. Él para lidiar con la ciudad por su hostilidad hacia los propios.

A la hora el deseo se vuelve realidad: la visita llega con zanahorias, tomates, dos huevos, y un pepino. ¡Ensalada nomás! La visita trajo de lo que quiso. Uno dió de lo que tenía.

Se aprovechó el sol, se aprovechó el descanso. Se notaba que el pequeño espacio que uno puede llamar propio (por lo que dicta aquella misteriosa invención que es una cerradura, una llave quizá, con sus poderes mágicos de distinguir y discriminar, de abrir y cerrar), se notaba que aquel espacio se volvió para el Anarquista un reposo del tedio violento que era la gran ciudad. Y para el Rumano, quién rápido entra en confianza y se descalza, un oasis de frescura y descanso. Los cuerpos descansaron, pero por sobre todo, descansaron las almas, agotadas por las frustraciones de una burocracia que aquel día se despertó con el pie izquierdo.

Era claro que el encuentro debía de ser así: fortuito, azaroso, coincidental, aún sospechando que pronto se arrimaba el día y la hora de encontrarse. Pero no, no debía de ser pautado, no se había arreglado nada. El Rumano era un colgado.

Pero mejor. Mejor así. Sino, ¿dónde está la gracia? ¿dónde la magia? ¿dónde Dios? Se dio y el encuentro fue como debió de ser.

Y todo lo subsiguiente se dio como eligieron darlo: construido sobre lo que cada uno aportó. Sobre eso se construyó el encuentro. Se disfrutó el hablar, el conspirar, el soñar en conjunto por un mundo mejor, más humano. Se trazaron líneas de acción, se compartieron ideas, experiencias, pasados, historias, recomendaciones, afectos. Se partió el pan, se ahondó la compañía, se construyó el mundo, o al menos, aquello del mundo que más vale: ¡una amistad!

Sino, ¿dónde estaría Dios, si no en aquél Anarquista y aquél Rumano que a uno le cayeron por sorpresa, con un signo de pregunta en voz y rostro, que trajeron lo que quisieron, pero por sobre todo, que aportaron de sí?

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De repente las luces se apagaron. La oscuridad se apoderó de nuestras miradas como un virus.La ceguera en los corazones llegó a los ojos.Las casas iban una a una entrando en la sombra. La sensación de desamparo se hizo certeza cuando, en las calles, los vecinos se veían por vez primera entre penumbras, para tratar de entender qué pasaba. Intercambiaron direcciones y reconstruyeron a su manera los hechos. Sabiendo que es la única manera de conocer.La respuesta estaba ardiendo sobre los cables. El Fuego no se consumía.Orgulloso en su insolencia, inoportuno y contundente como el amor, sublime y mágico. Total.El desconcierto se volvió señal para aquellos corazones atentos, respetuosos del Espíritu.Sin entender ni poder resolver nada, cada uno volvió a su refugio (cavernas vacías cuando la luz no las adorna) para que el sueño los ayudara a viajar en el tiempo.Nuestra especie sobrevive porque es la mejor adaptada para huir; hasta de sí misma.

Encorvado
Wednesday, April 19th 2017
 Ezequiel Lúgarocuento

Si sólo de mí dependiera, si no causara una repulsión general en nuestra bienamada comunidad, si no constituyera un dolor físico permanente, con pasión me entregaría al acto de encorvar mi inconsistente cuerpo hasta quedar hecho un bollo desparejo, dejando al desnudo mis protuberancias y surcos. Me cubriría de tierra, me trasladaría con andar de reptil hasta el cementerio o basural en las afueras de la ciudad, y haría de esos lugares mi hogar. Me alimentaría, cuando no de insectos, pájaros, roedores y hierba, de carroña y de basura. El último de mis días me encontraría en plenitud de gozo y de miseria, enajenado y febril, borrado por el olvido o la indiferencia, mía y de todos y de todas las cosas.

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Wednesday, April 19th 2017
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De vez en cuando, nos ayuda dar un paso atrás y contemplar el vasto panorama.El Reino no solamente está más allá de nuestros esfuerzos, sino que trasciende nuestra visión.Cumplimos en nuestra vida solamente una ínfima fracciónde la magnífica empresa que es la obra de Dios.Nada de lo que hacemos es completo, lo cual es otra forma de decirque el Reino siempre nos trasciende.Ninguna declaración expresa todo lo que puede ser dicho.Ninguna oración expresa totalmente nuestra Fe.Ninguna confesión deviene en perfección.Ningún programa lleva a cabo la misión de Cristo.Ninguna meta o serie de objetivos incluye la totalidad.Eso es lo que proponemos.Plantamos las semillas que algún día brotarán.Regamos las semillas que ya han sido plantadas,sabiendo que contienen una promesa futura.Echamos los cimientos que necesitarán posterior desarrollo.Proveemos la levadura que produce efectos más allá de nuestras aptitudes.No podemos hacer todo,y al darnos cuenta de ello nos sentimos liberados.Eso nos permite hacer algo y hacerlo muy bien.Será incompleto pero es un comienzo,un paso a lo largo del camino,y una oportunidad para que la gracia del Señor aparezca y haga el resto.Quizá nunca veremos los resultados finales.Pero ahí está la diferencia entre el maestro de obras y el albañil.Somos albañiles, no maestros de obra, ministros, pero no Mesías.Somos los profetas de un futuro que no es el nuestro.

Ambivalencia
Wednesday, November 2nd 2016
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-hay cosas que no deberían decirse nunca-

Dios mío
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Tanto miedo junto, solo significa paz.Tanta libertad de golpe y no me atrevo a escapar.¿No puedo vivir sin cadenas?No puedo sostener una mentirani puedo entender la ironía:“¿Qué necesidad?”¿Cómo cambiar todo por una promesa?No espero que me entiendan.Tan solo no tiren a matar.

El lugar era silencio. Todas las almas estaban cobijadas en sus hogares en muda armonía. Únicamente en los caminos y calles que juntan sus brazos en una inmensa red había vida. Las llamas de los faroles ardían intensa y apasionadamente. La extensa familia de insectos se escuchaba zumbir en canteros y surcos, algún que otro perro disputaba con su querida sombra y algunas aves desveladas componían hermosos cantos a la luna. Sin testigos, más que la noche, una acalorada llama escápose del farol abarcándolo por completo, cual viento de otoño que desviste las copas doradas de los árboles. Ninguna de las apagadas almas se percató del suceso hasta que la llama, poseyendo una rama cercana, tórnose en un árbol de fuego que se desplomaba al suelo echando crujientes ruidos. Tomados por asombro, algunos se asomaron con timidez, otros apresuradamente hasta que todos los vecinos de los vecinos, encendidos por el desconcierto, parloteaban a viva voz apoderados por el imponente fenómeno ante sus ojos. No estaban preocupados, sabían que el árbol de fuego se apagaría sólo al igual que una vela se apaga sóla una vez consumida. Murmurando entre ellos miraban el espectáculo entregados a un sentimiento desconocido. Al rato, cuando la llamarada cesó de arder, volvieron todos a sus humildes fincas también apagando las pequeñas velas, cuales parecían alumbrar vagamente el interior de sus casas. De madrugada, con la luna iluminando la oscuridad matutina, un alma despertó. Levántose de su cómodo lecho, sutilmente, para no despertar a los demás, y entregando su cuerpo al gélido frío, vístiose. Cual fantasma levitando, dirigió sus pasos atravesando la gris neblina hacia el hogar de su vecino, junto al cual, se hicieron mutua compañía compartiendo la predilecta infusión en el camino que lleva al corazón de la ciudad. Sol y luna siguieron rotando y al poco tiempo la neblina disípose con el arribo de un ligero manto celeste que cubrió el cielo. En pleno furor de la ciudad, el camino de los vecinos se bifurcó y cada uno se perdió en la marea de transeúntes a pie y en bicicleta, niños jugando, carros con caballos, mercantiles, artesanos, malabaristas y juglares, vagabundos y demás tipos de gentío, todos empujados o guiados por cierta inercia a cumplir —muchos con duro corazón y de mala gana— sus quehaceres de todos los días. Pululaban los callejones, calles, callecitas de aquella urbe con el alma cansada, parecido a quien, por no haber comprado aceite en el día y ya llegada la noche, no pudo encender las lámparas de su casa, cuales iluminan la entrada de su hogar y el camino por el cual circulan su cohabitantes.

Hoja, por Niggle
Wednesday, November 2nd 2016
 J. R. R. Tolkiencuentoficción

Había una vez un pobre hombre llamado Niggle, que tenía que hacer un largo viaje. El no quería; en realidad, todo aquel asunto le resultaba enojoso, pero no estaba en su mano evitarlo. Sabía que en cualquier momento tendría que ponerse en camino, y sin embargo no apresuraba los preparativos.

Mi fe
Tuesday, July 26th 2016
 Alexandru G. IchimLuchi Sánchezfepoema

Mi fe es una fe oriental. Mi occidente la despedazóEn mi cuerpo, mi alma, mi espíritu.No aprendo el nombre que tanto escucho,Siento el hambre que me es un agravioMas debo saberDe dónde vengo y cómo me llamo.No sé cómo estoyMas debo saber quién soy.

Mientras predicaba su sermón dominical, decidido y enérgico, Pickwick sintió un leve estiramiento en los músculos del rostro. En principio lo atribuyó a la tensión propia de la tarea, pero comenzó a preocuparse cuando notó que su audiencia lo miraba estupefacta. De pronto todo era silencio, ojos fijos, bocas abiertas. El reverendo no lo sabía, pero sus orejas habían cobrado vida propia. Lo que para él eran contracciones nerviosas, o tal vez el anuncio de un inminente calambre facial, para su público era algo muy diferente: un espectáculo paralelo, un discurso de gestos y actitudes que afirmaba, ilustraba o contradecía lo que el predicador iba expresando.