Viaje al noroeste Cordobés
Cosas maravillosas ocurren por fuera del asfalto.
En el medio del desierto brotan fuentes de agua.
El silencio del dogma frente al paraíso de la palabra que refresca, que circula.
El Quicho: milagro posmoderno.
No es el chorro lo que nos hace creer, es la existencia de otra forma de pensar la escuela.
Llegamos a la hora del huésped inoportuno: dos de la siesta, pleno almuerzo dominguero.
Como no podía ser de otra manera un asado, buen vino y anécdotas legendarias de resistencia en épocas perversas nos invitaron a quitarnos las sandalias del corazón, porque en Paso Viejo todo es Reino en derredor: ¿Qué es el monte ralo y espinoso, sino el brote de fe obstinada que quema y no consume?
Caminamos entre las casas del lote comunitario por el sendero que lleva hasta la casita del Carlos Julio y la Ceci. Entre mates intercambiamos historias que sembraron la flor que suele su rancho perfumar.
Esa noche nos dormimos descansando en el sueño de que otro mundo es posible.
Por la mañana, partimos para la Escuela Campesina en El Quicho.
El movimiento es bandera de otros modos de ser humanos y trabajar la tierra, otros modos de enseñar. Difícil de explicar cómo un docente cultiva la mente como el monte: cuando uno mira, escucha y aprende de lo que le rodea entiende que no es diferente de aquel adolescente que lucha por alcanzar lo que quiere; crece lento, y su corteza poco a poco lo protege. Y si nadie los detiene son dueños de su tiempo, de su tierra. Ay, ¿Quién pudiera…?
En el Quicho hay un capilla, símbolo de una fe pasiva: Lágrima que cae en tierra seca.
Pero al frente hay una escuela, símbolo de una fe curiosa: “¿Qué es lo que embellece al desierto?” -y al recordar al Principito, se me llena la fe de lágrimas- al fondo de la escuela brota, para vida, el pozo que se esconde en todos los desiertos. No es de los veloces la carrera, ni de los valientes la batalla… es de aquellos que, contra todos los pronósticos, van y cavan.
¡Globalicemos la lucha, globalicemos la esperanza!